Bayardo Tobar
En el Ecuador, la centralidad del Estado y la concentración del poder en el ejecutivo existen desde antes de que aparezca el socialismo científico, como le llamó Federico Engels, y desde antes de que triunfe la revolución Rusa, en 1917, y se instaure la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
En efecto, el Estado centralizado y todopoderoso fue fundado por los criollos o hijos de españoles nacidos en la Real Audiencia de Quito y fundadores de lo que se llama, desde 1930, República del Ecuador.
Debido a la desorganización e inestabilidad política que acompañó al proceso de independencia de España y del proyecto fallido de conformar la Gran Colombia, el poder y la integración nacional de nuestro pequeño país se afirma en la autoridad del presidente; el centralismo expresa la mezcla de la tradición liberal de la separación de poderes con las tradiciones monárquicas de las elites criollas que presidieron la inauguración del Estado Nacional.
Ese Estado centralista y autoritario, engendrado y abominado por las élites, ha sido desde sus orígenes, un Estado excluyente y discriminatorio, excluía a los analfabetos y las mujeres del derecho al voto para elegir autoridades, vale decir, al 90% de la población. Recién con la revolución liberal, a principios del siglo XX, las mujeres alcanzan el derecho al voto y en la Constitución de 1979 y casi 150 años después de fundada la República se reconoce el derecho al voto de los analfabetos.
Este tipo de Estado ha sido administrado, desde su nacimiento, por los terratenientes serranos -especialmente quiteños- en alianza o pugna con los grandes terratenientes, comerciantes y banqueros costeños -principalmente guayaquileños-. Con paréntesis de dictaduras o procesos que, o han sido auspiciadas por esas clases sociales o se han subordinado a sus intereses privados como lo fue la Revolución Juliana (1925-1931).
De otro lado, a diferencia del proceso de conformación del Estado Nacional en Europa (punto de llegada del desarrollo de relaciones capitalistas de producción que reemplazaron a las relaciones de servidumbre y dieron al traste con el Estado monárquico), en el Ecuador, el Estado Nacional es el punto de inicio o de instauración de las relaciones capitalistas. Mientras en Europa los comerciantes e industriales crean el Estado Nacional, en Ecuador, el Estado Nacional crea a la clase empresarial. Terratenientes, comerciantes, etc. se convierten en empresarios como subproducto de la intervención del Estado a través de leyes de fomento industrial financiadas con los recursos del Petróleo. Ello le otorga al Estado ecuatoriano una característica particular: el Estado es todo.
La proliferación de funciones públicas, única fuente de empleo para millares de cuadros sin trabajo, sirve de sustituto a un aparato de producción limitado y débil. Sin el control del aparato estatal, la oligarquía ecuatoriana no es nada económicamente: el poder político lo constituye todo para ella y en efecto, ella es capaz de todo para conservarlo”, como confirma Agustín Cueva en El Proceso de Dominación Política en el Ecuador (1988).
Sin embargo, en períodos de crisis, los empresarios ecuatorianos, hijos directos del proteccionismo estatal, adhieren instintivamente a la ideología neoliberal y al capital transnacional y abominan de su origen.
Si el Estado y su centralidad está asociado al impulso del desarrollo de la sociedad capitalista y su protagonismo crece y disminuye en función del ciclo económico: menos estado en las fases de auge y más estado en las fases de crisis ¿de dónde surge la muletilla de que estatismo es igual a socialismo? Surge, en primer lugar, del extraordinario poder que adquirió el Estado en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, bajo el gobierno de Stalin y sus sucesores. Desde 1924 hasta su desintegración en 1989-1991 del siglo XX, y es un fenómeno común a todos los intentos de construcción del socialismo desde la URSS hasta Cuba. El fortalecimiento del Estado en la URSS antes que un avance en la construcción de una sociedad socialista significó su estancamiento primero y, luego, su desintegración, sin que un solo obrero haya salido a las calles a protestar por la desaparición del “Estado del Proletariado”, que no era tal. Pues, a la clase obrera le había expropiado el poder la burocracia del Partido Comunista.
En la teoría del socialismo de Marx y Engels, el Estado debería desaparecer en la medida en que la instauración de un nuevo orden económico y social desarticule los fundamentos de la vieja sociedad capitalista mediante la socialización de la economía, la política y la cultura y se dé inicio a un proceso de transición que coloque a la sociedad en la ruta del autogobierno de los productores. Es decir de la creación de una sociedad sin clases y sin Estado.[1]
En segundo lugar, la confusión entre estatismo y socialismo se deriva de la tesis estalinista, reproducida y aplicada por los partidos comunistas, que consideraban – y siguen creyendo- que el fortalecimiento del Estado en los países semicoloniales o dependientes, a través de la nacionalización de las minas, las plantaciones, los pozos petroleros, significa, per se, una disminución del poder y la injerencia del imperialismo norteamericano y un paso adelante en la revolución democrático-burguesa que precede al socialismo.
Surge por último las propuestas que aspiran a mejorar al capitalismo no ha transformarlo, a partir de la constatación de que la única posibilidad de contrarrestar la tendencia del régimen económico a la concentración de la riqueza, el crecimiento de la desigualdad y la conflictividad social radica en un rol activo del Estado a través de política de regulación y redistribución de los ingresos.
Por todo lo expuesto, estatismo no es sinónimo de socialismo y si el gobierno de la autocalificada “revolución ciudadana” o “socialismo del siglo XXI” reivindica la centralidad del Estado lo hace para contrarrestar los procesos de desigualdad y empobrecimiento de la población derivados de la aplicación de las políticas neoliberales, desde 1982 hasta el 2006, de ninguna manera para reemplazar el capitalismo por el socialismo. Lo que tampoco significa algo menor.
Desde esa perspectiva, la búsqueda empresarial capitalista de reducción del Estado y de lo que queda del mismo volcarlo a sus intereses, es una recuperación de sus prácticas históricas para recuperar terreno en los procesos de redistribución que desean revertirlos para exacerbar la desigualdad.
[1] Este es uno de los temas pendientes de análisis y desarrollo en el pensamiento marxista. Enrique Dussel sostiene que en teoría política marxista está todo por hacer. A la pregunta: ¿cómo vincular una teoría política nueva con la cuestión crucial de nuestro tiempo: la justicia y la democracia?, responde:“A Marx habría que actualizarlo en economía, pero en política hay que hacerlo todo. ¿Una perspectiva posmarxista? Si no existió casi la política marxista, Marx casi no tuvo experiencia política, y por ello el libro de István Mészáros (El desafío y la carga del tiempo histórico. El socialismo del siglo XXI) es muy bueno. En él, Mészaros dice que Marx no pudo pensar ni lo que era la revolución, mucho menos lo que viene después de la revolución. Eso tenemos que hacerlo nosotros. Por ello, su libro es todo un pensar sobre lo que pasó en la etapa posrevolucionaria, cómo desapareció la política y cómo se cometieron grandes errores. Ser posmarxista no tiene casi sentido, pues ni marxista en política se puede ser.”