Autoritarismos y democracias directas en América Latina en el siglo XXI

Jorge Granda Aguilar

La tesis central de este trabajo es que las formas de contestación política emergentes en Latinoamérica a comienzos del 2000, no constituyen alternativas genuinas de democratización ni del Estado ni de la sociedad, particularmente, en aquellas experiencias que forman y adhieren a la alianza Bolivariana, ALBA. El acceso al poder por la vía electoral de estas nuevas expresiones políticas de izquierda radical no produce cambios permanentes en las estructuras tradicionalmente autoritarias, incluso, luego de introducirse reformas en el marco constitucional las cuales modifican los diseños institucionales en esos países.

La política de inclusión redistributiva que construyen sobre una base extractivista restringe su alcance nivelador al periodo del buen momento de los precios de las materias primas, y, acelera su convergencia a la posición de status quo cuando desaparece el boom que lo origino. Aunque se desafía al establecimiento oligárquico-liberal, transgrediendo sobre todo las reglas y el canon convencional del debate político, esas nuevas fuerzas terminan finalmente ocupando el espacio consuetudinario de cohesión vertical del poder al actualizar liderazgos caudillistas anacrónicos alentados por lógicas clientelares y patrimonialistas que relegan sus promesas de cambio y de transformación radical a favor del apremiante reto de permanecer en el poder.

I) El colapso del neoliberalismo y liderazgos emergentes

El desgaste de la institucionalidad de cuño oligárquico-liberal, de sus estructuras y discurso político, principalmente, entre las capas medias de la sociedad, uno de los segmentos más golpeados por la estabilización y el ajuste neoliberal en las décadas de 1980s y 1990s, crean un escenario de reacomodo de fuerzas sociales y políticas en esos años cuya fuerza y organicidad  madurara progresivamente, en particular, a inicios de los 2000`s. Efectivamente, junto al activismo del campo popular, la resistencia a ese conjunto de políticas agresivas que incluyen medidas de contracción drástica del “gasto redistributivo” y de un “Estado mínimo” se extiende a nuevos actores y movimientos que radicalizan y relanzan sus luchas en contestación a la pauperización, el descontento y frustración crecientes frente al deterioro dramático en sus niveles de bienestar. El surgimiento de nuevas formas de politización y de liderazgos alternativos que sintonizan esos significantes de descontento popular se abren espacio en la gran mayoría de países en medio del descrédito y pérdida de legitimidad del mecanismo de recambio electoral entre signos partidarios ligados a los mismos grupos elitarios tradicionales sin capacidad alguna de reinvención.       

En perspectiva, la agitada situación de inicios del nuevo milenio fue el fruto y resultado, sin ninguna duda, de una dinámica sociopolítica ininterrumpida en la que colisionan dos momentos cruciales para la región y sus estrategias de desarrollo. En efecto, en ese periodo que abarca más de dos décadas no sólo se cierra la fase desarrollista, de sustitución de importaciones y de orientación económica “hacia adentro” de finales del decenio de los 1970s, sino que en ella también tiene cabida la fase aperturista cuyo ciclo comienza con la imposición de programas de estabilización, prosigue con la restauración de la orientación “hacia afuera” de sus economías y el regreso a la especialización productiva alrededor de las “ventajas comparativas” ricardianas, e incluye los momentos que marcan irreversiblemente su agotamiento con el estallido violento de crisis profundas como la ecuatoriana en 1999, la argentina de 2001, entre otras.

Las discontinuidades y falencias de la estrategia de diversificación productiva se profundizan en un entorno internacional adverso como el de inicios de 1980s en que concurren simultáneamente fuertes niveles de endeudamiento externo y el inicio de un periodo de desvalorización de la mayoría de las exportaciones primarias por la caída prolongada de sus precios en los mercados internacionales. Se generan, por tanto, condiciones recesivas persistentes cuyo tratamiento y desenlace provocan rupturas profundas inducidas por la imposición progresiva de programas de estabilización y de ajuste estructural orientados afianzar una lógica mercado-centrista, de reprimarización y redefinición del papel y tamaño del Estado, junto a propiciar liberalizaciones aperturistas hacia los mercados globales de mercancías y de capitales que ponen fin, en conjunto, a décadas de esfuerzos por diversificar las estructuras productivas regionales.  

Sometida, como el resto de países, a esa terapia de choque y de restructuración violenta, Venezuela de finales de los 1990s anticipa lo que se vendrá en la región en el siguiente decenio; esa experiencia emerge como la punta del iceberg de un proceso de contestación política y de resistencia que va a cambiar la geografía política al desafiar el recambio tradicional. El coronel Chávez, con un discurso y liderazgo alternativos, de ruptura, refundacional, logra acceder al poder en el marco del proceso electoral competitivo; posteriormente, Bolivia y Ecuador se enfilan por esa senda. En las tres experiencias no solo se accede al poder electoralmente sino que en medio de procesos efervescentes y de masas se da paso a mecanismos refundacionales que terminan cambiando las reglas y el diseño institucional, utilizándose un esquema muy similar que desafía  con mayor nitidez a ciertas élites tradicionales locales y transnacionales.       

Las nuevas expresiones políticas resuelven a su favor el acumulado de patologías y exclusiones que se manifiestan sensiblemente en la crisis de representación que experimentan las instituciones de la democracia liberal, de sus liderazgos partidarios y de sus discursos de legitimación. Su ascenso, como nuevas fuerzas políticas alternativas, se consolida en medio de un escenario económico internacional coincidentemente favorable que sustituye la pesadilla que encarnó el ajuste estructural de las décadas perdidas; se asiste a una mejora prolongada de los precios de las materias primas, a importantes caídas en el nivel de la tasa de interés internacional y se revalorizan las monedas domésticas; esa triada que se la designa como las 3Cs (commodities, currency, y China) cambia decisivamente el signo del ciclo económico.

Evidentemente, la situación económica muy favorable no solo beneficia a los países que convergen en el ALBA, ricos en materias primas, petróleo y minerales; en ese periodo, en toda Sudamérica, en realidad, se reduce la pobreza y desigualdad, iconos adversos que heredan las décadas de estabilización neoliberal y del ajuste estructural. La inclusión de estos factores exógenos favorables, empero, desdramatizan el discurso y ponen en perspectiva real el impacto neto y el alcance de la vocación transformadora de esas nuevas experiencias de politización radical. En un marco de análisis más amplio, sus limitaciones manifiestas emergen, desde sus orígenes, cuando deliberadamente profundizan el extractivismo, en lugar de revertirlo; esa elección junto a las políticas pro-cíclicas que siguen acotará en el mediano y largo plazo la base de oportunidades económicas y políticas incapacitándolos consiguientemente para reducir el conflicto y la polarización al disiparse las fuentes exógenas del boom. Sin el icono de la inclusión redistributiva que en el pasado eclipsaba la concentración en la distribución del poder político, los regímenes bolivarianos exhiben sin maquillaje su esencia consustancialmente autoritaria.

II) Regularidades detrás de las nuevas experiencias de politización

Las nuevas expresiones de politización que surgen en la región conjuntamente con la reinvención de regímenes híbridos –democracia directa y de mecanismos de legitimación electoral– dejan importantes lecciones de cara a profundizar en algunos de los rasgos e implicaciones sobre los desafíos democráticos en el seno de las sociedades globales y particularmente del rol de la política, las instituciones y la autonomía de los movimientos sociales.

En esa línea una de las aristas constitutivas más características de estas nuevas formas de hacer política que discursiva y simbólicamente se reconocen de izquierda, reside en que apelan intensivamente a la reivindicación de lo nacional –lo nacional no chauvinista porque con él se alude al espacio de lo regional con invocaciones a la “patria grande”– que sirve de gran referente para interpelar al poder transnacional y al imperialismo, y, para amalgamar la cohesión popular en torno a la bandera de la soberanía.

Estas nuevas formas de politización, así mismo, reposicionan el contenido de lo democrático en  el que importan menos la reglas, como las separación de poderes, y, gravitan más mecanismos de democracia directa, plebiscitarios, utilizando recurrentemente los procedimientos de legitimación eleccionario; estas experiencias, por tanto, recrean fuertemente el espacio de lo político desde cual se interpela al régimen democrático (oligárquico) liberal en momentos en que éste asiste a múltiples y manifiestas formas de descrédito y agotamiento al restringir su contenido y vigencia al ritual eleccionario en medio de un  entorno económico que vino menoscabando el bienestar por la agresividad de la estabilización y del ajuste estructural.

La “explotación” positiva de esas coyunturas de desgaste institucional lleva algunos a concebir este tipo de reinvención de la política como populista en el sentido del uso utilitarista de las lógicas de “lo extraordinario”; su éxito acelerado de politización se articula por la oportunidad de conexión con la fase de reflujo del ciclo político en la cual afloran las tendencias hacia su hipertrofia y al predominio burocrático –la administración tecnocrática de Weber– la cual, por su propia naturaleza, despolitiza en esencia; en ese momento de anomia y fatiga y sobre todo ante la pérdida de legitimidad del sistema de representación delegativa se apela al verdadero sentimiento de lo democrático canalizando la situación de deterioro del bienestar como el significado más importante del ejercicio soberano; es ahí cuando se crean diques y espacios de participación y de contestación que determinan la acelerada y vigorosa refundación de  la política.

Ventilándose la idea de que la ciudadanía se reapropia de la política, estas formas de populismo, devienen incluyentes, politizan a capas sociales marginales, consuetudinariamente despolitizadas[1]. Aunque esas inclusiones constituyen una pulsación fuerte hacia la democratización, su lado obscuro, empero, reside en que contraen severamente la pluralidad; esta negación a lo diverso tiene consecuencias y se refleja en la suerte de aversión hacia, por ejemplo, la separación de poderes, y esto último sería la consecuencia de que las propias formas de politización que lo facultan constituyen al pueblo como sujeto político único.

Esa construcción del sujeto se logra de forma confrontativa apelando a discursos y símbolos que demarcan lo diferente: pueblo y casta; por tanto la polarización deliberada simplifica la diversidad, y resulta consustancial  para empujar la ruptura del orden institucional anterior que debe reemplazarse por otro, que se proclama, como una forma superior de democracia. Sumariamente, el pueblo populista es un sujeto homogéneo, fijo  e  indiferenciado y su constitución emerge al vaciar los significantes democrático-liberales –burocracia,  administración, gerencia, tecnocracia– dentro de los cuales la política se encontraría  secuestrada por las élites y su régimen de privilegios y exclusiones. Su discurso y representación simbólica dan sentido a una suerte de religión secularizada cuya centralidad reside en la redención de los más excluidos y donde el rol del héroe lo ocupa el líder carismático, el pastor; en esas condiciones cuasi mesiánicas, el líder es el momento culminante para su vertebración[2].

En la lucha política democrática, el pueblo populista no tiene adversarios sino enemigos; esta visión belicista de la política constituiría la fuente autoritaria que encarnan profundamente –la  política agonística de Mouffe –. Los enemigos que son de la patria se visualizan a través de los símbolos, gestos que encarnan el desprecio de las élites por los pobres, es decir, el populismo le da vuelta a las formas autoritarias consuetudinarias cerrando el espacio para todo tipo de pluralidad.

Su momento democratizador solo aparece cuando retan al poder, y una vez en el poder diluyen los espacios de deliberación incluyente a tal punto que colisionan con los movimientos sociales, especialmente con aquellos que quieren hablar a nombre del pueblo y por tanto entran en disputa con el liderazgo populista. Si esos movimientos son débiles o están en crisis, el líder predomina, en caso contrario, existe negociación. Para la construcción de los espacios de hegemonía que harían permanente el control y la conservación del poder, los populismos asedian a los medios de comunicación, que los consideran poderes fácticos, guardianes del establecimiento; frente a la presencia de monopolios mediáticos estos gobiernos, en unos casos, logran su estatización con lo que se transita desde la verdad del establecimiento a la nueva verdad: las preferencias del líder que se autolegitiman en la narrativa de la nueva religión oficial. El autoritarismo oligárquico es reemplazado por uno de nuevo cuño[3]. Se trata, en definitiva, de un autoritarismo competitivo, que se somete al procedimiento eleccionario, aunque ejerciendo un control hegemónico de la nueva institucionalidad (Arnson y De la Torre, 2013).

En las experiencias especificas del ALBA, la politización niveladora implica tomas simbólicas de los espacios reservados a las élites no solo en el espacio nacional; se incluyen retóricas antimperialistas, destinadas a desnudar las imposiciones de las élites extranjeras, para lo cual el retorno de la idea de la Revolución aporta en la nueva metanarrativa que apunta a enrostrar el entreguismo y la necesidad de defender la soberanía nacional y la patria que se perdió con el neoliberalismo.

En Ecuador, se politiza la pérdida de la moneda nacional por la dolarización, la emigración de ecuatorianos, y la expulsión de una base militar, episodios que evidencian el abandono de la patria y por tanto la necesidad por recuperarla. Las Misiones en Venezuela que implican formas participativas intensas se presentan alternativas, de la democracia real frente a la decadente democracia formal y burguesa. En Bolivia, “la coca” sirve para politizar arraigando lo nacional como frontera política frente al imperialismo. (Arnson y De la Torre, 2013)

Existe una línea diferenciadora, sin embargo,  entre estas experiencias: la cohesión y el poder de los movimientos sociales. En Bolivia, Morales se ve forzado a negociar, dada la fuerza autónoma de esos movimientos; en Ecuador, en cambio, se trata de un populismo tecnocrático más de tipo pos-neoliberal pero mucho menos participativo que en los casos boliviano y venezolano;  los movimientos sociales ecuatorianos se encuentran fragmentados; el populismo venezolano construye mecanismos participativos desde arriba, el chavismo, coopta en el Estado, en el espacio de las Misiones, a los segmentos marginalizados.

En la coyuntura extraordinaria de las commodities, las experiencias ALBA comparten un rasgo común poderoso. Vía la nacionalización del sector estrella de la economía, su predominio no solo es político-electoral; el empoderamiento económico les faculta construir hegemonía en espacios con menores márgenes de negociación con las fracciones del capital, situación diferenciadora respecto de las experiencias argentina, uruguaya y brasileña en que los espacios de negociación resultan estratégicos.          

III) Politización, pluralidad y democratización  

Uno de los temas más problemáticos del populismo es su profunda vocación autoritaria que aflora no precisamente cuando se constituye como fuerza de contestación al poder sino cuando accede al poder reemplazando el verticalismo oligárquico por nuevos moldes caudillistas. Las novedosas formas de democratización resultan extremadamente parciales: la politización de las capas excluidas, no está diseñada para profundizar su participación política como sujetos políticos autónomos sino como actores subordinados, cooptados a lo lógica estatal. Una excepción importante, es el caso boliviano, que puede calzar como una modalidad de populismo de izquierda participativo con movimientos sociales relativamente autónomos.

La extralimitación en la concentración de poder político, institucional y mediático no sólo neutraliza a los poderes facticos sino que degenera en procesos poco trasparentes de gestión pública en periodos de riqueza exuberante no exentos de corrupción sistémica y extremadamente represivos con la disidencia y el disentimiento democrático. Estos resultados no son muy diferentes que los que generan los sistemas políticos oligárquico-liberales clásicos.

Al profundizarse en el extractivismo la política de inclusión redistributiva se torna estrictamente transitoria y sujeta a los ciclos asimétricos de las commodities y en ese sentido se refuerza la dependencia económica, sobre todo con el impulso de políticas pro-cíclicas que en lugar de autonomizarla de las condiciones externas recrean poderosamente su subordinación. Este resultado deconstruye, en la práctica, el significado de la retórica soberana. Incapacitados para detener el deterioro del bienestar, el autoritarismo y la concentración en la distribución del poder político estos regímenes transitan por escenarios peligrosos de polarización y confrontación.

La experiencia económica de Bolivia menos pro-cíclica en el boom junto a su contenido más plural, dada la autonomía propia de sus movimientos sociales, dejaría un balance positivo no sólo en el sentido redistributivo sino en términos de crecimiento y desempeño económico. El tema democrático y la pluralidad, por contraste, resultan tópicos cruciales en el debate de sistemas políticos diferentes, genuinamente alternativos, a los regímenes autoritarios liberal-oligárquicos clásicos, y, a los de nuevo cuño.

Referencias

Arnson C. and Carlos De la Torre (2013). Latin American Populism in the 21st century. John Hopkins University Press.

Dubet François (2015) Para que realmente sirve un sociólogo? Argentina: Siglo XXI Editores   

Han Byung-Chul (2014). Psicopolitica. Barcelona: Herder Editorial S.L.

Mouffe Chantal (2002). Carl Schmitt y la paradoja de la democracia liberal. Santa Fe: Universidad Católica.

Schmitt Carl (1963). El concepto de lo político. Texto de 1932 con un prólogo y tres corolarios de Carl Schmitt.

[1] Estas características no son nobeles; en los 40s, el Peronismo impulsa una agenda para proscribir las restricciones a la participación, recrea la base social entre los grupos subalternos excluidos de la política y de la participación en Argentina (Arnson y De la Torre, 2013)

[2] El  “Tee Party” solo adquiere connotación nacional cuando aparece Trumph. Estos rasgos constitutivos que son comunes a los populismos lleva a Mouffe a plantear la existencia de populismos de derecha y de izquierda; es decir, con lo que se concluye que el populismo es una forma peculiar de politización y la orientación del proceso dependerá de las preferencias ideológicas del líder y de los fundamentos que entreteje ese conjunto de credos. En etapas de descredito institucional y de exclusión política los populismo de izquierda pueden frenar a los populismo de derecha. 

[3] Estas modalidades radicales de populismo llevan a compararlos con el fascismo. Y aunque la mayoría de líderes populistas de la primera generación, de los 40s, vivieron en la Italia fascista de esos momentos, se pueden advertir diferencias esenciales. El fascismo tiende a proscribir y suprimir los procesos de elecciones, los populistas la utilizan para legitimarse, las democracias plebiscitarias que extienden el derecho del voto (Arnson y De la Torre, 2013)

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